jueves, 26 de abril de 2012

DIOS SECARA TUS LAGRIMAS



Dios Secará tus Lagrimas!!!

Hija/o, he estado a tu lado desde antes que llegar...as a este mundo, he intentado hablarte, pero encerrada/o en tu dolor no me escuchas, te he mostrado mis palabras, pero tu mente ocupada en tus problemas no te permite comprender lo que te digo, he estado al lado tuyo y tu dolor no te permite sentirme , ahora respóndeme tú, ¿Acaso no te he dicho que estaré contigo todos los días hasta el fin del mundo? ¿No te he dicho que si crees verás la gloria?, ¿ no has entendido que al que cree todo le es posible? ¿Qué más tendré que hacer para que veas cuanto te amo y cuanto me preocupo por ti?

Cuantas veces Dios se acerca a nosotros y no lo vemos, cuantas veces seca nuestras lágrimas y ni siquiera lo sentimos, cuantas veces estamos a solo un paso de llegar a donde están sus brazos extendidos para darnos ese amor que es tan necesario en ese momento.

A veces, la respuesta está ahí, esperando que guardemos un poco de silencio para poder escucharla, tal vez hay momentos en los que es tanta la necesidad de escuchar, que solo pedimos la respuesta y no nos damos la oportunidad de escucharla.

Hoy esa voz te dice: “hija/o mía/o está atento a mis palabras, inclina tu oído a mis razones, no se aparten de tus ojos, guárdalas en medio de tu corazón, porque son vida a los que las hallan y medicina a todo su cuerpo”. (Proverbios 4:20-22)

Ahora, solo por un momento cierra tus ojos y pídele al Señor que inunde tu vida de su presencia, esta vez no digas nada, solo siéntelo, siente ese abrazo que tanto necesitas, olvídate por un momento de tus problemas, deja que esa voz tierna y dulce te hable al oído, escucha su respuesta, cambia tu dolor por un momento a su lado.

“Deléitate en el Señor y Él te concederá las peticiones de tu corazón, encomienda al Señor tu camino, confía en Él y Él hará”
(Salmo 37:5

martes, 24 de abril de 2012

¿POR QUE A MI?



La mayoría de nosotros al vernos frente a situaciones difíciles de la vida nos hemos preguntado: “¿Por qué a mí?”. Esa frase por lo general sale de nuestra boca producto de una frustración momentánea que nos hace pensar que somos los menos afortunados del mundo en ese momento.
Los últimos días he estado enfermo, hace cuatro días me operaron de la apéndice, muchos que leen mi pagina y mi perfil en Facebook se dieron cuenta y estuvieron orando por mí en cada momento que pase, cientos de personas me mostraron su cariño y aprecio dejándome comentarios que me daban mucho ánimo en ese momento de mi vida. Actualmente sigo con un poco de dolor y recuperándome, pero hoy quería escribir acerca de esa frase que yo mismo pensé y hasta pronuncie quizá en algún momento de este percance.
A veces creemos que somos intocables, que nada malo nos puede pasar o que la enfermedad no puede tocar nuestra vida, o que simplemente las cosas siempre serán como nosotros queremos, pero cuando el panorama cambia y cuando se presentan momentos reales de dolor, de enfermedad, de problemas serios, entonces nos preguntamos: “¿Por qué a mí?”, como haciendo alusión de que no nos merecemos lo que nos está pasando.
Y es que cuando pronunciamos la frase: “¿Por qué a mí?” es como que si no estuviéramos de acuerdo a que eso que nos está pasando, realmente este pasando en nuestra vida, es como que nos sintiéramos que no lo merecemos, que cualquier otro lo merece, pero no nosotros.
Mientras estaba en esa cama de hospital esperando el momento en que me llevaran al quirófano, le pregunte a Dios: “¿Por qué a mí?”, había orado mucho pidiendo a Dios que me quitara toda enfermedad, sin embargo, ahora estaba allí, a una hora y pocos minutos de ser intervenido, rápidamente luego que hice esa pregunta a Dios, sentí en mi corazón y en mi mente una respuesta automática que fue: ¿Por qué no a ti?
Quizá mucho no entenderán lo que hoy quiero plasmar, pero si lo harán los que Dios quiere y le interesa que comprendan lo que hoy quiero exponer.
Sentí que Dios me pregunto: ¿Por qué no a ti?, de pronto me quede en silencio total, pensando, reflexionando y asimilando esa respuesta, a lo que dije: “Es cierto, ¿Por qué no a mi?”.
Entre a esa sala de operación con tanto valor como no imagine, con tanta seguridad, con una sonrisa, bromeando con cada doctor y enfermera, con buen humor, estoy seguro que las oraciones de muchos provocaron ese buen ambiente, no dure ni cinco minutos despierto y cuando desperté todo estaba bien, la operación un éxito, poco dolor y ningún efecto secundario de medicamentos y anestesia. Dice el Doctor que solo terminaron la operación, retiraron un tubo de mi boca y rápidamente abrí mis ojos, me senté rápidamente y le mostré mi dedo pulgar como aprobando todo, luego me acosté y dormí una hora, realmente yo no recuerdo nada de eso.
Fue el día Jueves por la tarde que me operaron y ya estaba de alta el viernes por la tarde, llegue a mi casa, salude a mi pequeño Uziel quien jugaba en la sala de mi casa, muy feliz él de verme y yo de ver a mi primogénito, mi hija Valentina de nueve meses al verme movía sus piececitos y todo su cuerpecito, mientras su carita reflejaba un felicidad por verme, como suele hacerlo, sonreía con su papá y su papá aguantando las lagrimas la saludo como la primera vez que la vio en ese mismo quirófano donde ahora él había pasado, ahora no como espectador, sino como paciente.
Estando en mi casa descansando comencé a reflexionar mi pregunta, aquella que me había hecho en ese cuarto de hospital: “¿Por qué a mí?” y de la cual ya Dios me había respondido: ¿Y por qué no a ti? y pensando concluí en lo siguiente:
A veces somos crueles con Dios, queremos culparlo de todo lo que nos pasa, pero, ¿No nos damos cuenta de que desde que nacemos venimos siendo humanos?, ¿No nos damos cuenta que TODOS nosotros estamos expuestos a la enfermedad?, ¿Conoces a algún humano que nunca se enfermo?, ¿A uno que nunca se le murió un familiar?, ¿Conoce a un ser humano que nunca tuvo problemas?
A veces se nos olvida que venimos a este mundo con un paquete completo y con posibilidades de padecer muchas cosas. Nosotros no elegimos que cosas en la gran mayoría de veces, pero es parte de nuestra naturaleza, es parte de la vida del hombre y eso mismo nos tendría que llevar a ser consientes de que Dios no tiene culpa alguna en ello, cuando venimos a este mundo venimos consientes o por lo menos deberíamos ser consientes de que venimos con todo un paquete incluido y que en cualquier momento de nuestra vida las cosas pueden suceder, no necesariamente porque Dios quiera vernos mal, sino porque somos humanos y la probabilidad que padezcamos de algo siempre existe.
No vamos ir por la vida echándole la culpa a Dios de todo lo malo que nos pasa, porque la mayoría de veces tampoco lo culpamos por las cosas buenas, allí nos olvidamos de Él, pero cuando las cosas difíciles ocurren entonces pareciera que Dios es cruel y nos hace sufrir más de lo que merecemos.
Un ejemplo secular y sencillo: Cuando participamos en un sorteo y compramos un numero, suponiendo que eran cien números vendidos y solo uno será el ganador, ¿Qué pasa allí?, todos sabemos que solo uno será el ganador y que noventa y nueve personas perderán, ¿Qué pasa cuando sale el ganador y no fuimos nosotros?, ¿Culpamos a alguien?, ¿Nos enojamos con los organizadores?, ¡No! Simplemente sonreímos y algunos decimos: “Ya sabía que no me iba a ganar nada”. Nuestra actitud ante esa derrota es normal, porque asumimos desde un inicio que solo uno ganaría. Pues en la vida del ser humano pasa algo similar, todo venimos con las probabilidades que nos pasen cosas buenas y malas, todos queremos las cosas buenas, pero cuando nos suceden la malas nos quejamos, nos decepcionamos y no queremos aceptarlas y esto es porque no asumimos desde un inicio que la posibilidad existía, esa posibilidad de que cualquier cosa podía pasar, no necesariamente porque Dios quería que te sucedieran, sino porque podían suceder, así como a ti o a cualquier otro ser humano de cualquier parte del mundo o a millones a la vez, lo que a ti te pasa, no te pasa solo a ti en el mundo, son millones de millones los que pasan por lo mismo.
¿Por qué Dios no me sano?, quizá yo hubiera querido que me sanara, que no me operaran, pero ¿Acaso no soy un ser humano?, ¿No estoy propenso a que también me operen?, ¿Acaso no voy enfermarme también?, a veces queremos actuar como que fuéramos los favoritos de Dios o sus mimados. Dios no tiene favoritos, ni mimados, para Dios todos somos iguales y sería injusto en algunos casos que Dios me responda a mí y no responda a otros que también han pedido lo mismo.
Yo pienso que Dios ve nuestra capacidad, nuestra fortaleza humana y lo bien que nos servirá pasar por cosas como esas y entonces dice: ¿Por qué no a ti?
Si Dios no responde a algo que queremos que haga ahora mismo, no es porque no quiera o porque no pueda, porque ¿Qué tal si es nuestro turno de experimentar el dolor?, o ¿Acaso creemos que no nos merecemos lo que otros si les toca pasara?
Quizá este escrito no sea inspirador como tal, quizá no es que te vaya a dar un ánimo de esos que te harán salir a luchar por tu sueño o por tu vida, pero lo que hoy me interesa que entiendas es que si en algún momento Dios no te responde, no hay razón para huir de él, no hay razón para olvidarnos de él, no hay razón para creer que no nos ama o que no le importamos, al contrario, aun cuando no me responda, aun cuando pareciera que está en silencio, debemos de seguir creyendo en lo que Él ha hecho en nuestra vida, está haciendo y en lo que hará en nosotros.
Mi fe no depende de una respuesta de Dios, mi fe depende de ese amor que un día me mostro, que me hizo postrarme delante de Él y reconocer que estaba perdido; mi vida estaba perdida sin Él, no tenía razón de vivir, no tenía una esperanza, sin embargo Él me la dio, Él me dio vida, Él me dio la vida que ahora tengo, todo lo que me rodea es por Él, ¿Por qué no voy a creer en Él?, ¿Por qué voy a quejarme de algo después de todo lo que Él me ha perdonado y me ha dado, aun cuando no lo he merecido?, sería un desagradecido si por un segundo dudara de Él.
Dios me dijo: ¿Por qué no a ti? y tiene razón, porque hay tanta gente que nosotros creímos que no merecía lo que le paso, sin embargo le paso, entonces, ¿Por qué no a nosotros?, lo bueno de todo es que ahora nosotros confiamos en Él, que nuestra FE esta en Él, que pase lo que pase estamos seguros en Él.
Que rico es respirar esa seguridad en Él, esa seguridad que nos hace estar tranquilos frente a la adversidad, esa seguridad que a pesar de ver el panorama muy oscuro, sabe que detrás de todo eso también existe un Dios Soberano que toma control de todo, vivir con Dios de nuestro lado es la mayor garantía que puede existir, porque independientemente de lo que ocurra, Él siempre se encarga de TODO.
Señor, ¿Por qué no a mi?, tienes razón, a mi las veces que tu creas conveniente, porque si tú lo crees, es porque tengo la garantía que todo saldrá bien, tus planes siempre son perfectos y me hacen estar seguro de que todo estará bien.
Mi pequeño hijo Uziel de casi cuatro años me dijo: “Papi, todo estará bien”, Y ¿Sabes?, es cierto, todo estará bien, porque tenemos a un Dios que vela por los suyos, nuestra garantía es segura en Él.
“El Espíritu es la garantía que tenemos de parte de Dios de que nos dará la herencia que nos prometió y de que nos ha comprado para que seamos su pueblo. Dios hizo todo esto para que nosotros le diéramos gloria y alabanza”.
Efesios 1:14 (Nueva Traducción Viviente)
Tú fe en Dios, tú confianza en Él, jamás debe depender de una respuesta, jamás debe depender de lo que tú quieres que Él haga, porque ¿Qué tal si no te responde? ó ¿Qué tal si no lo hace?, ¿Dejaras de creer en Él?, ¿Te olvidaras de Él?, que tu confianza en Él solo dependa de su amor incomparable que siempre te mostro, ese amor eterno con el cual te amo, porque en su amor jamás encontraras error y estar enamorado de Él te hará creer a pesar de.

¿POR QUÉ A TI?, BUENO, ¿POR QUÉ NO A TI SI DE TU LADO ESTA ÉL?

“Yo sé que mi Redentor vive, Y al fin se levantará sobre el polvo; Y después de deshecha esta mi piel, En mi carne he de ver a Dios; Al cual veré por mí mismo, Y mis ojos lo verán, y no otro, Aunque mi corazón desfallece dentro de mí”

Job 19:25-27 (Reina Valera 1960)
Autor: Enrique Monterroza

domingo, 15 de abril de 2012

¿QUIEN ERES?

Se cuenta que una mujer agonizante se vio llevada, de repente, a un tribunal celestial.
-“¿Quién eres”?- le preguntó una voz.
-Soy la mujer del alcalde- repuso ella.
-Te he preguntado quién eres y no con quién estás casada.
-Soy la madre de cuatro hijos.
-Te he preguntado quién eres y no cuántos hijos tienes.
-Soy maestra de escuela.
-Te he preguntado quién eres y no cuál es tu profesión.

-Soy cristiana.
-Te he preguntado quién eres y no tu religión.
-Soy una persona que iba todos los días a la iglesia y ayudaba a los pobres.
-Te he preguntado quién eres y no lo que hacías…”
Alguien dijo que la vida es como un gran show donde cada uno de nosotros somos los protagonistas. Cuando nacemos se levanta el telón, se encienden las luces y la idea es que salgamos como protagonistas de nuestra vida a hacer un gran espectáculo, una gran representación de lo que es nuestra vida.
En una conversación entre Jesús y sus discípulos, el Señor les preguntó qué pensaban los hombres acerca de quién era Él. Ellos dieron diferentes respuestas: Unos decían que era Juan el Bautista, otros, Elías y otros Jeremías o alguno de los profetas.
Luego el Señor les pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Pedro le dijo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”.
En ese mismo momento Jesús le dijo a Pedro que él era bienaventurado, porque esa respuesta no vino de su propio conocimiento, sino que se lo había revelado Dios el Padre.
¿Si Jesús te hiciera la misma pregunta que le hizo a Pedro, qué le responderías?
Tú pensarás: “es fácil” porque él es el Salvador del mundo, porque la Biblia lo declara. Sin embargo cuando Jesús les hizo esa pregunta a los doce discípulos, sólo uno respondió; ¿Por qué habrá sido así? Porque a veces creemos que conocemos al Señor Jesús, pero la verdad es que sólo tenemos información acerca de su Persona.
Pedro dio la respuesta correcta:
“Tú eres el Cristo”:
Tú eres El que va a dar su vida en una cruz de vergüenza y de dolor por amor a toda la humanidad. Y allí derramarás toda tu sangre, para que por medio de tu muerte, nosotros tengamos vida y vida en abundancia. Tú eres el que va a permanecer allí, hasta que todo se haya acabado y con un grito de victoria dirás: “Consumado es”.
“Tú eres el Hijo del Dios viviente”:
El Unigénito Hijo de Dios, tu Padre es el Dueño de todo el mundo, Él es el que vive por los siglos de los siglos. Tú eres La Vida y todos los creemos en ti, aunque muramos viviremos eternamente junto a ti.
Cuando Pedro hizo esta declaración, Jesús le dijo: “Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás”: Simón representaba a una persona inmadura, un día sacó la espada para defender a Jesús y le cortó la oreja a un soldado. Hasta ese momento era un hombre impulsivo, que se movía por sentimientos. Pero ahora, a partir de esta declaración TODO CAMBIÓ PARA SIMÓN.
Por eso Jesús le dijo: “Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”.
Ahora, ya no sería más Simón, sino que le dirían Pedro: La Roca, la respuesta de Pedro abrió los cielos del avivamiento; porque un día con su sombra sanaría a los enfermos.
Él siempre tenía deseos de saber más de Jesús, el preguntó más que todos los apóstoles juntos.
Nosotros tenemos que saber más de La Palabra, del reino, del avivamiento, del propósito de la visión.
Pedro siempre tenía ganas de hacer cosas para Dios. “Él no se perdía una” siempre estaba allí, listo para actuar.
Nosotros sabremos en verdad quiénes somos, cuando reflejemos a Cristo en nuestra vida. Seremos personas con autoridad. Porque Jesús también le dijo a Pedro: “Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos”.
El diablo tiene autoridad sobre la tierra, pero no tiene autoridad sobre el cielo. Nosotros tenemos autoridad en los dos ámbitos: en la tierra y en el cielo sobre todo principado y potestad, y sobre todos los gobernadores de las tinieblas y las huestes de maldad.
Es necesario que sepamos que muchas cosas que nos suceden son porque nosotros mismos nos hemos atado solos. A causa de esto, Dios no podrá desatarme de aquello a lo que yo mismo me até con mis palabras. Es por eso que Jesús nos delegó toda autoridad para que nosotros mismos en su Nombre podamos desatarnos de todos los pensamientos y de aquellas emociones que nos destruyen y retrasan la bendición que está preparada para nuestra vida.

“¿Quién eres?” Cuando puedas contestar esta pregunta en tu espíritu nunca serás un fracasado. Cuando sepas que tu esencia no tiene límites, que nadie te puede detener, que nada ni nadie te afecta, entonces sabrás quién eres”.

Autora: Silvia Truffa

miércoles, 4 de abril de 2012

La historia de un amor inolvidable


Alguna vez nos hemos extasiado delante de un cuadro de Cristo crucificado? ¿Viendo el cuerpo estilizado, pero siempre dolorido, de un hombre que representa a Dios muerto por amor a ti? ¿Qué es lo que hace exclamar a santa Teresa “En la cruz está la vida / y el consuelo / y ella sola es el camino / para el cielo”?
“Es Dios que por nuestra salvación / no ha sufrido únicamente en una pintura. / Sí, ha habido un día en que Dios ha sufrido por nosotros” (Paul Claudel, Vía crucis, octava estación). Cuántas veces nos ocurre que delante del crucifijo nos fijamos quizá en el arte, y no nos damos cuenta que ahí se esconde la más apasionante historia de amor.
Cierto día un chico ve que su amada ha sido capturada por gente sin escrúpulos, y encerrada en el sótano más oscuro de un edificio abandonado. Decide ir en su busca, sabiendo que se dirige a la muerte. Cuando está a las puertas del lugar se da cuenta de que su amada está muriendo a causa de las enfermedades y malos tratos.

Aún así entra. Al cruzar el umbral de la prisión encuentra un mensaje que dice: “Sólo con tu vida salvarás a tu amada de la muerte”. No había acabado de leer cuando lanzando un grito dijo: “Hagan lo que quieran conmigo, pero déjenla salir con vida”. Al gemido lastimero, respondió el silencio que precede la muerte. Muerte dolorosa. Su cuerpo inerte dejó constancia del amor que su corazón albergaba. Firmó con su sangre un pacto de amor.
Parece el perfecto retrato para una excelente película de Hollywood. Si quieres saber la verdad, está inspirada en una historia de amor que es mucho más dolorosa. El protagonista somos nosotros, pero no en masa: tú y yo, cada uno de nosotros. Y no somos precisamente el héroe de la historia. Un hombre llamado Jesús ha derramado su sangre, para que tú, hoy, encuentres que hay alguien que no ha dejado de amarte, firmando así un pacto de amor.
Ese crucifijo que contemplas y ante el cual rezas con devoción es un recordatorio. Memorial de una muerte, que por muy bien pintada que esté no dejará de lado ni la cruz, patíbulo ensangrentado, ni los clavos que sostienen al amado traspasado.

“Hierve la sangre y corre apresurada, / baña el cuerpo de Dios y tiñe el suelo, / y la tierra con ella consagrada / competir osa con el mismo cielo; / parte líquida está, parte cuajada, / y toda causa horror y da consuelo; / horror, viendo que sale desta suerte, consuelo, porque Dios por mí la vierte” (Fray Diego de Hojeda, Yo pequé mi Señor y tú padeces...).
¿Pero acabará este amor en un gesto de entrega y nada más? ¿Qué tiene de diferente el amor del crucificado? “No existe una sola cruz entre los hombres / a la que su cuerpo no se adapte, / no existe pecado entre los hombres / que sus llagas no sanen” (Paul Claudel, Vía crucis, decimocuarta estación).

Su amor es eterno, porque no termina en la cruz. La cruz ha sido la llave que ha abierto las puertas del tabernáculo. Un camino que pasa por la cruz y el calvario, mas no es ese su destino. Rompiendo las ataduras de la muerte ha dejado en nuestra alma, no ya las lágrimas de la muerte, sino la alegría de su presencia y compañía. Cruzando el umbral de la muerte nos ha abierto el umbral de la esperanza.

El Santo Padre nos revela la alegría que es encontrar un amor como aquél que “nos da la certeza de que, mientras más duras sean las pruebas, difíciles los problemas y pesado el sufrimiento, no caeremos nunca fuera de las manos de Dios, esas manos que nos crearon, nos sostienen y nos acompañan en el camino de la vida, porque están conducidas por un amor infinito y fiel” (Audiencia del Santo Padre, miércoles 12 de febrero de 2012).

Éste es el secreto del crucificado. Todo su sufrimiento no terminará jamás en un cuerpo inerte. La cruz ensangrentada no será más que la fuerza que días después hará rodar la piedra del sepulcro. La vida agonizante hará resucitar la de tantos otros que sintiendo su amor hemos sido secuestrados y necesitamos que alguien pague por nosotros un precio que ninguno sino Dios puede pagar: Amor eterno, hecho resurrección, hecho palabra, hecho Eucaristía. Un amor inolvidable.
Autor: Gerardo Buitrago, LC | Fuente: Catholic.net
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