El espíritu de sacrificio es la virtud que nos “predispone a sujetar nuestras pasiones y voluntad en aras de un bien superior” (1)
El espíritu de sacrificio nos lleva a “rigorear” al cuerpo impidiendo darle satisfacción en todo a los sentidos hasta que nos permita elevarnos hacia la sed de infinito que todos llevamos dentro. Debemos sacarnos el “lastre” que implica nuestra naturaleza caída para ponernos de pie como personas. Su objetivo es lograr el señorío del espíritu sobre sí mismo, del espíritu sobre la materia.
La vida espiritual es superior a la vida material, de ahí que debamos someter y hacer callar al cuerpo hasta que se someta y sea dócil en llevarnos a una instancia superior de vida, y no nos esté tirando siempre hacia abajo. El sacrificio es importante si nos conduce al amor al prójimo o a nuestra santificación. En sí y de sí mismo no es nada. San Pablo nos dice: “Si entrego todo lo que poseo, y si doy mi cuerpo de modo que pueda jactarme, pero no tengo amor, no tengo nada”. Lo que importa es el espíritu y el objetivo con que hacemos el sacrificio. No es lo mismo ayunar en Cuaresma porque lo manda la Iglesia, que para que nos entre el pantalón que nos gusta. No es lo mismo callarnos cuando tenemos ganas de contestar a un comentario hiriente para no generar tensiones que porque no nos importa. No es lo mismo levantarnos de noche para controlar si al bebe enfermo le subió la fiebre que hacerlo porque estábamos desvelados y nos pusimos a ver televisión.
El espíritu de sacrificio es la ley del mayor esfuerzo. El que nos lleva a elegir la mejor opción, la que dará mejores resultados aunque nos cueste más. Un ejemplo claro es la hora de levantarse de la cama. Casi todas las personas tenemos la experiencia de lo que significa dejarse llevar por la pereza y los más jóvenes de manera más viva. Si al sonar el despertador uno se levanta, va creando un hábito de vencerse que hace que después resulte más fácil hacerlo.
El sacrificio fortalece el espíritu. El saber decir y decirse a pequeños placeres (como levantarnos cuando entra alguno de mayor jerarquía y saludarlos en vez de quedarnos cómodamente tirados en el sofá, negarnos a un segundo helado, a la tercera milanesa, al décimo cigarrillo de la mañana, a comprarnos la segunda revista (que nada nos deja aunque podamos hacerlo) a la larga y aún a la corta nos fortalecerá. La persona con espíritu de sacrificio después será capaz de renunciar a algo que le guste (pero que no le conviene), como dejar de fumar, mantener el buen humor aunque tenga frío, trabajar cuando esté cansado, no contestar cuando quiera, saber detenerse en la bebida, controlar sus gastos para generar cierto ahorro que le dará seguridad a la familia, privarse de cambiar el auto en aras de una prioridad familiar o estudiar de noche para terminar los estudios que no ha finalizado. Logrará que en su accionar prime la voluntad y la racionalidad.
El espíritu de sacrificio debiera generar un estilo de vida de pequeñas pero múltiples renuncias en gustos, ataduras, compromisos por un bien superior. En cada decisión diaria a tomar siempre tendremos que elegir entre la puerta ancha y la puerta angosta. La persona con espíritu de sacrificio sabrá elegir lo que sea bueno y mejor no lo más cómodo y lo más fácil, lo que le genere menos esfuerzo.
Elegirá estudiar con el mejor alumno que sabe que le exigirá llegar temprano y siempre a horario. No lo detendrá para trasladarse de un lado al otro de la ciudad el medio de transporte si persigue un objetivo bueno como es escuchar a alguien que sabe. Cumplirá aunque llueva o truene con sus obligaciones. Dirá “sí” a visitar un enfermo, (aunque no tenga ganas y prefiera quedarse mirando el partido). Lavará todos los platos para dejar la cocina impecable antes de irse a dormir aunque esté muy cansada. Dirá “sí” también a actos espiritualmente superiores como rezar, leer el Evangelio (aunque le parezca que no le sirve). Eso finalmente creará un espacio en el corazón de la persona para que Dios more ahí. La intención de rezar al menos con jaculatorias es para el alma lo que la leña es al fuego, la mantiene viva, la hace arder, impide que se apague...Y cuando Dios mora en el corazón de una persona lo impulsa a buscar el bien ajeno y aún el propio. Quien no tenga espíritu de sacrificio será incapaz aún de hacer lo que quiera. Los vicios decidirán por él. Hará lo que tiene “ganas” pero las “ganas” no son lo mismo que la libertad. Será incapaz, por ejemplo, de ayunar, de ahorrar, de privarse de ver la novia todos los días y entonces elegirá un trabajo que se lo permita, de romper un noviazgo o una relación que sabe sin futuro, de pasar frío o calor.
El espíritu de sacrificio no es ni significa siempre solamente “aguantar”. No es sufrir un peso o llevar una carga a través de la vida como un burro de tiro. Hay cosas que no debo aguantar, y aguantarlas no implica espíritu de sacrificio, sino tal vez: debilidad, inseguridad, falta de prudencia, evitar lícitos enfrentamientos donde debo contrariar (aunque me acarreen problemas). Un padre de familia que no pueda mantener a los suyos porque tiene muchos hijos ya mayores, no es lícito ni bueno que soporte solo el peso y la carga económica sin exigirles a sus hijos que colaboren en la medida en que puedan. Esto no sería espíritu de sacrificio. Sería sobrellevar una carga indebida y desproporcionada que altera y deforma su responsabilidad de educador. El espíritu de sacrificio, para que sea virtud, siempre es en aras de un bien mayor. En ese caso acostumbrar a los hijos en capacidad de sostenerse a vivir sobre el esfuerzo desproporcionado de las espaldas de un padre no es formar en la virtud.
Decirle que sí a un hijo que quiere reunirse con sus amigos en casa (aunque me implique trabajo y un esfuerzo extra) es tener espíritu de sacrificio (sacrifico mi comodidad de estar tranquila). Pero decirle que sí a todos sus caprichos y aguantárselos es abdicar de mi responsabilidad de padre o madre. Todos deberemos sacrificarnos para lograr algo en la vida. Debemos educar enseñando a sacrificarse, a privarse, a sacar partido del tiempo y de los talentos dados, vencer nuestros defectos e incorporar virtudes. La vida cristiana exige colocar a Jesús en el centro de nuestros deseos. Esto no se puede sin sacrificio.
Muchas veces después, a través de los años le pediremos a Dios que nos quite nuestros malos hábitos, y El tal vez nos responderá: “No. Esa es responsabilidad tuya, no mía.”. Le pediremos que sane a nuestro hijo paralítico y El tal vez nos responderá:
“No. Su espíritu es sano, su cuerpo es sólo temporal.”.
Le pediremos felicidad y El tal vez nos responderá: “No. Te doy gracias, bendiciones y te muestro el camino, la felicidad depende de ti”.
Le pediremos que nos quite las tribulaciones y tal vez Él nos contestará:
“No. Ellas fortalecen tu espíritu”.
Le pediremos que nos quite el dolor físico o espiritual tan agudo que sentimos y El tal vez nos responderá: “No. El dolor te aleja de los placeres mundanos y te acerca más a Mí”.
Le pediremos que nos otorgue lo que queremos sin sufrir, y El tal vez nos contestará: “No. Yo te podaré para que seas fructífero”.
Le pediremos que salve de la muerte a nuestro ser querido y muchas veces tal vez Él nos contestará: “No. El te ligará con el cielo, la vida eterna y el mundo sobrenatural”.
Le pediremos muchas cosas para gozar de la vida y Él seguramente nos contestará:” No. Yo te daré la Vida para que puedas disfrutar de todas las cosas”...
Aprender a decir “no” a nuestras ataduras, opiniones, gustos, caprichos, para poder decir “sí” a Jesús en lo que nos pida a través de la vida y lograr el señorío propio de quienes somos, personas, creadas a imagen y semejanza de Dios.
miércoles, 2 de marzo de 2011
ESPIRITU DE SACRIFICIO
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